UNA DIOSA LLAMADA HERA
Hera se ha hecho más famosa por las continuas infidelidades de su esposo Zeus que por ser la reina de los cielos dentro de la mitología griega.
Su nombre es probablemente prehelénico y significa «suprema», lo que nos da idea de su rango. Su iracundo esposo (que además era su hermano) la traía a mal traer y eso hizo que su carácter fuese vengativo. Por esta razón, persiguió implacablemente a los hijos de Zeus nacidos en sus relaciones extramatrimoniales, sobre todo los que tuvo con mujeres mortales que los consideraba, si cabe, mayor ofensa que ponerle los cuernos con otras diosas. Tenía entre ceja y ceja a bastardos como Io (hija de Inaco, una sacerdotisa de Hera), Dionisio (su madre era Demeter), Atenea (fruto de Metis), Artemisa y Apolo (gemelos paridos por Leto) y Hércules (de Alcmena, su madre), por citar a seis de los hijos de Zeus más conocidos cuya maternidad no corresponde a Hera.
Estamos ante una diosa compleja, ambivalente, celosa, vengativa y partidista. Hera interfería a menudo en los asuntos de los hombres. Por ejemplo, protegió al navío Argo en la expedición de los Argonautas cuando atravesaron el estrecho de Escila y Caribdis y tomó partido en la mítica Guerra de Troya.
El juicio de Paris
La que lió este jovenzuelo troyano. Resulta que Zeus quiso encomendar la elección de la diosa más bella (la terna estaba compuesta por Hera, Atenea y Afrodita) a un mortal llamado Paris, uno de los hijos del rey de Troya. Le fue a fue a buscar Hermes (el Mercurio de los romanos) que para eso es el mensajero de los dioses. Cuando le encuentra, le entrega una manzana de oro, la misma que tendría que dar a la diosa que considerara más hermosa. Difícil elección. Al haber vivido alejado y separado del mundo y de las pasiones humanas, Zeus pensó que su juicio sería absolutamente imparcial.
Cada una de las diosas pretendió engatusarle, convencerle y hasta sobornarle. Estaba en juego el honor y el orgullo de tres diosas olímpicas. Cada una le ofreció un don apetecible. Hera puso a sus pies todo el poder que pudiera desear, diciendo que sería un magnífico gobernante; Atenea, diosa de la inteligencia, además de serlo de la guerra, le ofreció la sabiduría y fama; Afrodita, por su parte, visto el listón tan alto de sus compañeras, le ofreció el amor de la más bella mujer del mundo. En una versión del mito, se dice que las tres se desnudan ante los ojos atónitos de Paris, que le empiezan a hacer chiribitas. En cambio, otra versión dice que únicamente lo realizó Afrodita para demostrar así su belleza y, claro, ganó el concurso. Y las demás, de manera inexplicable, se enfadan. Hera, que tenía un mal perder, se la juró a Paris. Fue la “manzana de la discordia” que a la postre originó la legendaria guerra de Troya. Paris consiguió –dicen que raptada- a la mujer más guapa del pueblo, a Helena, pero provocó una terrible guerra que duraría diez años por ser la esposa del rey de Esparta, Menelao, que no le sentó muy bien ser poseedor de unos cuernos majestuosos.
Así que Hera, en plena contienda, apoyó a los griegos contra los troyanos para vengarse de Paris por el asuntillo de la manzana de oro.
Una relación de engaños
La leyenda cuenta que la primera vez que Zeus le pidió a Hera que se casaran, ella lo rechazó muy digna y continúo rehusándolo cada año. Así durante 300 años que, para un dios, no es nada. Pero un día de primavera, Zeus se disfrazó de cuclillo desvalido, perdido en una tormenta (era muy amigo de disfraces y camuflajes) y llamó a la ventana de Hera. Ella, que no descubrió el ingenioso disfraz, dejó entrar al ave en su habitación, secó sus húmedas plumas y, refugiándose en su seno, le susurró: «Pobre pajarito, te quiero». Eran las palabras que quería oír porque de repente Zeus recobró su auténtica forma y dijo: «Ahora si que tienes que casarte conmigo». Y lo hizo.
Con estos antecedentes de engañifa, a quien le puede extrañar que el matrimonio fuera a tener múltiples encontronazos. Como ya he dicho, para colmo de males, eran hermanos, hijos de Cronos y Rea, que también eran hermanos y así los trapos sucios quedaban en familia. Otros hermanos de Zeus y Hera fueron Hades (el dios del inframundo), Poseidón (el dios de los mares) y Demeter, otra de las diosas-madre asociada a la fecundidad y fertilidad de los campos.
Leto fue la última de las amantes de Zeus antes de casarse con Hera y futura madre de los gemelos Apolo y Artemisa. Parece ser que Hera no vio con buenos ojos ese embarazo lo que originó que Leto huyera a la isla de Delos. El parto se presentó difícil, ya que llevaba nueve días y nueve noches en el intento. Hera la había condenado a dar a luz sin ayuda alguna, con todos los dolores y sufrimientos que surgieran. Pero allí estaba Peone provisto con el jugo de las raíces de la flor -que todavía no tenía el nombre de peonía- y que crecía en las faldas del monte Olimpo. Se lo dio a beber y los dolores desaparecieron al instante. Gracias a este jugo, Leto dio a luz felizmente a los famosos gemelos.
Según se refiere en la Teogonía de Hesíodo (750 a.C.), el mejor libro para seguir las andanzas de los dioses del Olimpo, un día, a fin de impedir que Zeus pudiera bajar a la Tierra para correrse otra juerguecilla, Hera concibió un plan con la ayuda de Atenea y Poseidón, un plan para encadenar a su esposo. Sin embargo, Zeus que debía de ser muy listo (para eso era la divinidad suprema) se enteró del complot y, como castigo, colgó a su esposa por el cabello de un anillo fijado en las nubes: la suspendió entre el Cielo y la Tierra con un pesado yunque colgado de cada pie. Así se las gastaba el padre de los dioses.
Eran los hijos de Hera
A pesar de sus continuos devaneos amorosos, Zeus fue el padre de cuatro hijos legítimos: Ares (dios de la guerra), Hebe (diosa de la juventud), Ilitia (diosa protectora de los partos) y Hefesto (dios del fuego).
Hefesto (el Vulcano de los mitos romanos) era el patito feo de los dioses. Feusco y lisiado, Zeus, al verle, quedó tan desilusionado (no soportaba la fealdad ni la imperfección) que gritó a Hera: «¡Un mocoso debilucho como éste no es digno de mi!» Entonces, de manera inexplicable, su esposa lo lanzó lejos, por encima de los muros del Olimpo. Al caer, se rompió una pierna y desde entonces tuvo que ayudarse eternamente de una muleta de oro. Una versión de la leyenda dice que la madre le lanzó al mar desde el Olimpo, pero no murió porque las hijas de Océano, llamadas Tetis y Eurínome, le cuidaron durante largos años. Hefesto es el dios de las fraguas y su símbolo una codorniz, un ave que en primavera baila a la pata coja.
Y lo que son las cosas, el poco agraciado Hefesto se lió con la más guapa del Olimpo, con Afrodita. Como era de suponer, le engañó todo lo que pudo y quiso. Uno de sus amantes fue Ares, que si bien está reconocido como el dios de la guerra, le horripilaba el dolor físico. Donde las dan las toman, porque Ares fue un seductor empedernido: tuvo 20 amantes y 38 hijos. Otro que rivalizó con Ares en poder lujurioso fue el dios Poseidón que llegó a tener 27 amantes y 40 hijos, todos ellos lejos del récord de Zeus: 38 amantes y 76 hijos. Todo un semental.
También ella –Hera– fue objeto de deseo por algún que otro mortal, como el gigante Porfirión e Ixión, rey de Tesalia. Zeus, mostrándose más celoso que Hera, que ya es decir, fulminó al primero con un rayo y se llevó a Hera bajo la forma de una nube cuando la diosa estaba con su segundo pretendiente.
Hera, la única diosa casada de entre todas las divinidades femeninas del Olimpo, disfrutaba de privilegios y era tratada con respeto por la cuenta que les tenía a todos. Para los griegos, era la reina del matrimonio legítimo, la protectora de la fecundidad de la pareja y, junto a su hija Ilitia, la protectora de las parturientas, a las que invocaban las mujeres mortales para aliviar sus dolores (y, ya puestos, por si fallaban, también a Artemisa).
Las Hereas
Hera es símbolo y testimonio, ante todo, de la potencia fecundadora de la mujer, de la capacidad de procrear y de generar vida. Su imagen se veneraba, sobre todo, en las localidades de Samos y Olimpia donde su culto, según algunos autores, sería anterior al de Zeus. En todo caso, el templo griego más antiguo, cuyas ruinas se han conservado hasta nuestros días, es el de Olimpia (siglo VI a.C.) consagrado a Hera, al lado del de Zeus, aunque de proporciones más pequeñas. Se trata del templo dórico de Heraion en cuyo honor se celebraban fiestas y competiciones anuales de atletismo, las Hereas, agradeciendo a la diosa su protección sobre los matrimonios, en épocas que no coincidían con los Juegos Olímpicos de Zeus. Participaban mujeres compitiendo en una carrera de velocidad (solo esa prueba) y aquellas que ganaban cada año tenían el honor de comer carne de vaca sagrada (que, al igual que la egipcia Hathor, simbolizaba a la diosa). El súmmum es que su rostro fuera retratado, inmortalizado y colocado en las columnas del templo de Hera. Para competir, las féminas vestían con falda corta y con un pecho al aire.
Los atributos de la diosa eran el cetro, la diadema y, a veces, sostenía en su mano una granada, de las comestibles, no de las que explotan, símbolo de fecundidad por sus innumerables semillas. El famoso Hermes de Praxiteles, en mármol de la isla de Paros, ornaba el templo de Hera que milagrosamente escapó a tanta devastación, incendios y saqueos, protegida bajo unos escombros y sacada a la luz en 1880.
La Juno latina
Los romanos transformaron a Hera en Juno, reina del cielo, de los dioses y esposa de Júpiter. Remarcaron mucho más su papel de madre y protectora de todas las mujeres. Su papel era como el de un “doble divino”: cada mujer tenía a su propia Juno, al igual que cada hombre tenía su propio genio. En cada etapa decisiva de la vida de una mujer tenía un apodo o epíteto. Cuando presidía el matrimonio, se llamaba Jugalis. Las parturientas le imploraban ayuda con el nombre de Juno Lucina y los niños que nacían eran puestos bajo su protección. Mucho más que la diosa de las esposas, era la patrona suprema de las madres de familia con el nombre de Juno Matronalia. De hecho, el 1 de marzo de cada año, las mujeres celebraban unas fiestas en su honor llamadas Matronalia. En definitiva, la Juno romana, ocupa un lugar menos importante en el panteón pero, por el contrario, está mucho más próxima a los mortales que la Hera griega.
Una diosa etrusca llamada Minerva (Recuadro)
La diosa Juno, junto a Júpiter y a Minerva, forman parte de la Tríada Capitolina, cuya misión fundamental era la de preservar el Estado romano y asegurar su perpetuidad, hasta que dejaron de hacerlo, claro.
Minerva era una diosa prerromana que presidía las obras relativas a los bordados, protectora de los trabajos de aguja, que fue identificada muy pronto con Atenea. No obstante, es una de las divinidades más antiguas, precisamente porque su culto procede de los etruscos y sus atributos (estaba considerada como diosa de las artes y de las ciencias) los heredó Palas Atenea. Este pueblo -los etruscos- habían reanudado el culto a Atenea (la diosa griega de la Sabiduría que había nacido directamente de la frente de Zeus) bajo el nombre de Menerva o Minerva, y lo introdujeron en Roma donde su santuario principal se hallaba sobre el Capitolio.
Minerva representaba el pensamiento elevado, las letras, las artes, la música, la sabiduría, la inteligencia y, en definitiva, cualquier imagen alegórica que significara belleza y conocimiento. Ahí es nada.