El Cronovisor – 104 – Unicornios

Unicornios - El Cronovisor - Ser Historia - Jesús Callejo

«… Le gustan las palomas y suele sestear a la sombra de los árboles donde ellas se posan. Su mayor enemigo es el elefante, al que vence y mata atravesándolo con su cuerno. Un cuerno largo y retorcido que aguza contra las piedras como el cochino de monte afila sus colmillos. Pero nosotros lo cazaremos con una virgen, si Dios ayuda».

Lo escribe Juan Eslava Galán en su novela En busca del Unicornio (1987) haciéndose eco de viejas leyendas. En caso de haber existido este mítico animal, no llegó ningún ejemplar a España y sí, en cambio, alguno de sus supuestos cuernos, los cuales aparecen en algunos inventarios de casas reales, como el que se hizo de los bienes del Duque de Béjar, en 1718, donde entre otros objetos curiosos, se señalaron «dos cuernos de unicornio, el uno de vara y seis dedos de largo, guarnecido de plata con sus cadenillas de plata». O el que se conserva en el Museo de Farmacia Hispana, de una longitud de 173 centímetros que se sabe que es el diente de un cetáceo llamado narval. O lo que se cuenta del emperador Carlos V que para saldar las deudas que había contraído con el margrave de Bayreuth le entregó a cambio dos cuernos de unicornio.

La tradición del unicornio se remonta, como mínimo, a la Grecia del siglo IV a.C. donde el historiador Ctesias, le describía como un asno salvaje blanco procedente de la India. Más tarde, hicieron veladas alusiones a este animal, personajes de la talla de Aristóteles y Plinio, hasta que la leyenda, pasada de mano en mano, fue recogida por San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías que le dio el aspecto físico conocido hasta nuestros días, representado en muchas de las sillerías y arcos de las catedrales góticas. Se creía que en tiempos remotos llegó a existir. No es de extrañar que lo reseñaran en sus obras San Alberto Magno, San Gregorio Nacianceno o el jesuita Atanasio Kircher. O que lo pintaran en cuadros tan famosos como “La dama del unicornio” (1506) de Rafael.

Para los zoólogos, su creación se basó en unas historias mal entendidas y pobremente expresadas sobre el rinoceronte, desconocido en Europa en esa época, cuya trayectoria estaba respaldada por tradiciones erróneas de la Biblia donde tradujeron la palabra hebrea «reem» por el vocablo griego «monokeos«, esto es, unicornio, lo que determinó que el mundo cristiano creyera, siglos más tarde, en un animal que de otra manera hubiese negado. Miguel de Cervantes, en La española inglesa (una de sus «Novelas Ejemplares»), alude al «polvo del unicornio» como eficaz contraveneno.»

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