Espejismos y Fatas Morgana

Espejismos y Fatas Morgana

Cuando hablamos del misterio del mar, antes o después hay que referirnos a esos espejismos, apariciones o visiones que dicen tener algunos marineros, navegantes o aventureros cuando se adentran en el océano y se dan unas determinadas condiciones atmosféricas. Muchos pensarán que estamos en presencia de ilusiones ópticas debidas a la reflexión de la luz cuando atraviesa capas de aire de densidad distinta o de ilusiones acústicas provocadas por el aislamiento y los ruidos engañosos de las olas. De todo eso hay. 

     A veces, si somos más puntillosos, tendríamos que referirnos a la fata morgana y habrá lectores que esta locución italiana les suene rarísima y quizá sea la primera vez que se topan con ella; otros, en cambio, lo identificaran con los espejismos y quien piense que este nombre procede del hada Morgana, famosa por formar parte del ciclo artúrico, estará en lo cierto.

     Sería bueno empezar por definir en qué consiste una fata morgana. En realidad estamos hablando de un fenómeno óptico, muy similar a los espejismos, en el que aparecen reflejadas en el cielo objetos que corresponden a la superficie de la tierra o de las aguas. Se produce, al contrario de los espejismos, cuando las capas superiores de la atmósfera están más calientes y densas que las inferiores. Este curioso fenómeno óptico de reflexión provoca que el observador vea dos imágenes una de ellas invertida. De hecho, ha originado más de un equívoco y alguna que otra situación fantasmagórica.

     Espejismos y fatas morganas son los causantes de muchas apariciones espectrales en alta mar donde se pueden ver barcos etéreos navegando a la deriva y desaparecer súbitamente (el Holandés Errante y el Caleuche serían dos muestras de ello) y otras veces se pueden observar tierras e islas inexistentes o contemplar batallas navales en un lugar donde tan solo debe haber agua y cielo, invitándonos estos fenómenos a dar un salto en el tiempo para contemplar escenas del pasado «imposibles» de volver a repetirse.

 

Escila y Caribdis

 

     Es notorio que uno de los lugares donde con mayor frecuencia se produce las fatas morganas es sobre la costa de Calabria, mirando al oeste hacia el estrecho de Mesina (Italia) así como en la bahía de Toyama, en Japón.

     Recordemos que el estrecho de Mesina, que separa la Italia peninsular y al isla de Sicilia, es famoso según la mitología griega porque en sus aguas vivían dos monstruos marinos: Caribdis y Escila que acechaban el paso de las embarcaciones que por allí pasaban. Caribdis vivía bajo unas rocas en la isla y tragaba tres veces al día el agua del mar y otras tantas la devolvía con horribles mugidos, formándose así el remolino que lleva su nombre. De Escila se afirmaba, en cambio, que emitía sonidos irreales con el fin de que las naves se acercaran a sus dominios. Por esa zona se emplea la frase «entre Escila y Caribdis» para indicar que se está entre dos peligros igual de graves e igual de engañosos.

 

La Tierra de Crocker

 

     ¿Quieren conocer el mayor espejismo que registra la historia? Se trata de un continente entero que fue avistado varias veces en el Ártico, en la latitud 83º N y la longitud 103º O. Una tuvo como protagonista al almirante estadounidense Robert E. Peary, en 1906, el cual se hallaba en una elevada colina de la costa occidental de la Tierra de Grant, mirando hacia el oeste, por encima del hielo del mar Polar, cuando vio las «cumbres cubiertas de nieve» de lo que parecía ser un lejano continente helado. Era una tierra cuya presencia en aquel lugar abandonado e inexplorado del mundo formaba parte, desde hacia siglos, de las leyendas y las creencias esquimales.

     El almirante Peary estimó que el continente en cuestión se hallaba a unos 190 km de la Tierra de Grant y llamó a su descubrimiento Tierra de Crocker: «Mi corazón saltaba por encima de los kilómetros de hielo que me separaban de aquella tierra -escribió más tarde- y, mientras la contemplaba con anhelo, me imaginaba que pisaba sus costas y que escalaba los picos de sus montañas».

     Los geógrafos dudaron de este descubrimiento afirmando que no era posible que la Tierra de Crocker pudiera existir. Fue la misma respuesta que había recibido en 1818 el capitán de fragata John Ross cuando informó haber avistado una formidable cadena de montañas a una distancia aproximada de 1.600 km de donde más tarde Peary haría su descubrimiento. Fue Ross el que bautizó a sus montañas con el nombre de Cordillera Crocker en honor de un secretario del almirantazgo que llevaba este apellido. Una expedición ex profeso realizada en 1819 por William Parry no pudo demostrar el hallazgo de Ross, por lo que la Cordillera Crocker fue considerada como una ilusión óptica.

     A raíz de las declaraciones de Peary se organizó una nueva expedición en 1913 destinada a la búsqueda de la tierra de Crocker, comandada por Donald MacMillan. Llegaron a ver los mismos valles y las mismas montañas de Peary pero cuando se dirigieron hacia el oeste los picos y valles fueron cambiando de aspecto. La extensión del continente variaba con los cambios de dirección del sol y por la noche, cuando el astro rey se mantenía en lo alto en el Noroeste, la Tierra de Crocker desaparecía por completo. A pesar de todo, los trineos de la expedición siguieron adelante hasta que alcanzaron un punto, a 250 km al noroeste del cabo Thomas Hubbard, que los puso teóricamente «dentro» de la Tierra de Crocker. Pero todo un continente se había desvanecido. MacMillan tuvo que informar más tarde a su amigo Peary y al mundo que aquella tierra no existía y que era un espejismo de las rugosas superficies del mar Polar. Sin embargo, era tan real…

 

Parella, la Ciudad Encantada

 

     En nuestro país hay que reconocer que no existen muchas referencias sobre este tipo de espejismos, salvo el conocido caso de la isla de San Borondón, la «octava» isla canaria. No obstante, hay una tradición sobre una Ciudad Encantada en Las Baleares, que no por carente de datos deja de ser menos espectacular. Un niño dijo haber visto un sendero que le llevaba a la costa, más o menos a la localidad de Santandría, y llegó a una localidad que él creyó que era Ciutadella, en la isla de Menorca, donde los objetos eran todos de plata. Al terminar su relato, los vecinos que le escucharon se hubieran dado con un canto en los dientes. Aquello, evidentemente, no era Ciutadella. El niño estaba hablando en realidad de Parella, la «ciudad encantada», de la que se decía que si alguien conseguía verla, en solitario, por tres veces consecutivas, quedaría liberada de su embrujamiento, haciendo inmensamente rico al que rompiera el hechizo. El infante tan sólo logró verla dos veces.

     El escritor Gabriel Sabrafín comenta que una cueva allí cercana, «sa cova de Parella», es lo único que queda, al menos visiblemente, de la ciudad encantada. Cuentan que en aquella oquedad estaban los subterráneos -la «infraestructura»- que, por algún misterio, se salvaron de desaparecer en épocas remotas. De Parella queda sólo la leyenda… y la afirmación de los que dicen verla de tiempo en tiempo (como San Borondón), envuelta en la neblina misteriosa de un atardecer, recortándose sobre el mar, como si se tratara de un espejismo.

     En la isla de Mallorca -en Capdepera- también ha habido quien ha visto esta ciudad encantada. Allí la conocen como Paradella, la misma que los viejos pescadores de Artá aseguran que es Troya, seguramente porque este nombre les resuena a mítico y a antiguo.

     Sin salirnos del archipiélago balear, bajo determinadas circunstancias atmosféricas, se puede ver una «auténtica» ciudad sumergida fantasma en el canal marítimo que separa la isla de Mallorca de Menorca. Existe una franja marina de unos 80 metros de profundidad en la que, aparentemente, se produce un curioso fenómeno visual semejante a un espejismo. Se ve desde ambas orillas del canal una ciudad sumergida inexistente. Los que presencian el fenómeno, aseguran haber visto una urbe sumergida que emerge y se planta sobre las aguas, para hundirse de nuevo minutos más tarde. La ciudad parece flotar unos centímetros por encima del nivel de las aguas. La visión se produce en las primeras horas del día y sólo la pueden ver quienes se sitúan en puntos determinados de ambas islas, entre la Bahía de Pollensa y la costa de Cap de Pera, en Mallorca y en torno a Ciutadella, en Menorca.

     Para que esta curiosa visión sea óptima se precisa de buen tiempo y calma chicha. La naturaleza no deja de sorprendernos.

 

Las batallas espectrales

 

     Ya hemos dicho que uno de los espejismos que suelen tener los pescadores que acuden a determinadas zonas marítimas es ver escenas que no se están produciendo en la realidad, pero que son tan nítidas que los testigos las recuerdan con perfección. En la provincia chilena de Valparaiso circula una leyenda entre las costas de Concón y Quintero, lugar donde los pescadores suelen ver una batalla reflejada cuando revientan las olas. Los detalles del enfrentamiento sangriento, sus ropajes y armas, les permite agregar que se trata de un combate de la revolución de 1891.

     Además, en esas mismas costas los pescadores aseguran haber visto emerger del mar una ciudad como por encantamiento. La visión tan sólo dura unos minutos, los suficientes para dejarles atónitos.

     Más sorprendente aún es el fenómeno que ocurre en la isla de Imeldeb, cercana a la de Chiloé (Chile), en la cual primero hacen su aparición extraños vapores que se van solidificando en forma de chalupas que se acercan y anclan en tierra firme y luego se produce el desfile de marineros que avanzan al son de una espectral música. Todas estas escenas corresponden a un quimérico entierro.

 

Alucinaciones y visiones

 

     No vamos a hablar de lo que ven los náufragos tras varios días a la deriva subidos a sus botes o divisando el horizonte perdidos en una isla desierta, donde el ayuno prolongado, la sed, el calor y la inmensidad del océano puede jugar malas pasadas haciendo ver aquello que solo está en sus mentes y que desean ver a toda costa (al igual que ocurre con el caminante desfallecido del desierto). Más bien quiero referirme a visiones colectivas  provocadas por los más diversos elementos.

     Hay un caso célebre de alucinación en el mar que ocurrió a la altura de la isla de Santa María de Madagascar, en 1848, cuando un barco buscaba a la corbeta Berceau que había desaparecido. De repente, el vigía señaló una balsa a la deriva y pudo distinguir con el catalejo que estaba cargada de náufragos y la balsa era remolcada por varias embarcaciones. A medida que el barco se acercaba, los marineros distinguían nítidamente a unos hombres agitando trapos en señal de júbilo. Hasta se creía oir gritos de alegría y confusos murmullos. En ese momento, dos balleneros fueron botados al mar para recoger a los náufragos, pero lo que ocurrió es que los balleneros chocaron con grandes árboles que la tempestad había arrancado de la costa. Ni había balsa, ni náufragos, ni remolcadores ni nada de nada. Tan sólo esos árboles que confundieron (ocular y auditivamente) a unos marineros experimentados.

     Estos son los «juegos visuales» que provoca el mar y que a más de uno ha podido volver loco. El 6 de agosto de 1909, el vapor Tottenham navegaba a la altura de East London. En la barandilla estaba acodado un grumete que mira fijamente el oleaje del mar y de pronto se sobresalta y llama al teniente. Está viendo a una niña de vestido rojo que aparece tumbada entre las olas. También el teniente ve a la niña con sus prismáticos, al igual que los fogoneros chinos. Todos ven lo mismo: un vestido rojo a la deriva, una visión desconsoladora y que les encogía el corazón de angustia.

     Se dio aviso al capitán pero éste, sorprendentemente, no hizo ningún caso y el Tottenham siguió su ruta. Cuando a su llegada a Port-Elizabeth le preguntaron por esta actitud, el capitán exclamó: «No iba a parar por un banco de peces. Era lampreas. Mis hombres han soñado, nada más».

     Y tal vez estuviera en los cierto, puesto que las lampreas o «peces luna» son tan pronto de color azulado como se tornan rosa violáceo, con aletas de un color rojo vivo. Sin embargo, como dato que debe pasar a la pequeña historia, ese mismo día, en los mismos parajes, el comandante del buque Insizwa había creído ver cuatro cadáveres flotando en el agua, dos vestidos de negro y dos de blanco. Mandó un remolcador a esa zona y durante varias horas rastrilló la mar sin que encontrara ningún resto sospechoso. El capitán declaró al final de la búsqueda: «Mis hombres y yo pudimos ser víctimas de una alucinación».

     ¿En el mismo día y el mismo lugar donde otros marinos vieron el fantasma rojo de una niña? Todo es muy extraño.

 

Barcos en las nubes

 

     Por la cantidad de relatos que nos han llegado, la contemplación de barcos fantasmas ha dejado de ser una mera anécdota para convertirse en habitual, aunque algunos de estos navíos más que una visión parecen un espejismo. Puestos a ser originales, no van sobre las aguas sino sobre las nubes.

     Un pastor puritano llamado Cotton Mather relató en 1702 cómo un barco zarpó de América aunque nunca llegó a su destino en Inglaterra. No se volvió a saber nada más de él hasta que unos meses después algunas personas vieron en el puerto de donde había zarpado la imagen de lo que podía ser un barco envuelto en nubes. A los pocos minutos, esta fantasmagórica imagen del barco desapareció. ¿Era una fata morgana?

     Que duda cabe que las condiciones atmosféricas parecen tener su importancia. Un cielo gris y cubierto de nubes, una neblina o una densa niebla suelen favorecer la aparición de espectaculares visiones y muchas de ellas relacionadas con veleros.

 

Barcos en llamas

 

     Una noche de abril de 1972, en el golfo de Saint-Laurent, una lancha a motor canadiense de la vigilancia pesquera ve un punto luminoso a una decena de millas. Cuando se acerca comprueba que se trata de una nave ardiendo, pero no una nave cualquiera y moderna, sino un velero de formato antiguo, de casco pesado, con tres mástiles cargados de lona similares a las que navegaban durante el siglo XVIII, que aparece con un halo fosforescente. Cuando se aproximan mucho más comprueban que allí no hay ninguna nave, ante ellos solo existe el mar.

     La perplejidad fue una constante entre toda la tripulación, y este sería un hecho aislado sino volviese a aparecer de nuevo otra circunstancia extraña que revela cierta sincronicidad entre esta clase de acontecimientos espectrales. Diez años atrás unos pasajeros del ferry-boat que une la isla de Edward con Nueva Escocia (Port Wood a Caribú) habían afirmado haber visto durante la noche un velero en llamas. A la mañana siguiente un bote salvavidas había zarpado rumbo a la posición del supuesto barco flamígero. no había nada. En el informe de los guardacostas se escribió: todo se debió a un espejismo.

     Un geólogo propuso una solución al enigma. En varios puntos de la bahía de Saint-Laurent existían unas bolsas de gas separadas del fondo por un tabique relativamente delgado, por lo que sus gases podrían filtrarse hasta la superficie y arder a resultas de reacciones químicas o por el calor del sol. Esto no explica el por qué los pasajeros veían la forma de un velero de tres mástiles.

     Habría que acudir a la historia para encontrar no tanto una explicación «convincente» (que no la tiene) sino al menos unos datos sobre la existencia de ese velero. En esa bahía de Saint-Laurent, un velero de tres mástiles, el Jonathan, había naufragado de verdad, pero dos siglos atrás, cuando se hundió a consecuencia de una pelea a bordo y de caerse al suelo una lámpara a petróleo.

 

El hada Morgana (Recuadro)

 

     Podríamos llegar a la conclusión que los testigos que han visto esta clase de espejismos han sido engañados por fata morgana, es decir, por el Hada Morgana que una vez más ha hecho de las suyas. Ahora bien, ¿quien era esta hada llamada Morgana?

     Pues posiblemente el personaje que ejerce más fascinación de toda la tradición artúrica, debido  a su atracción misteriosa. Se la confunde a menudo con la Dama del Lago, Viviana (como ocurre en la película de Jonh Boorman Excalibur) pero esta discípula de Merlín y medio hermana del rey Arturo tiene su personalidad propia hasta el punto que en los textos franceses se la achacan todos los pecados habidos y por haber depositaria de toda la magia heredada de los druidas.

     Si nos acercamos a una etimología céltica, el nombre de Morgana se deriva de la antigua palabra bretona Morigena, es decir, «nacida del mar», cuyo equivalente en gaélico de Irlanda sería Muirgen. Una interpretación así haría de Morgana una verdadera hada de las aguas y de hecho, en las tradición popular de la Bretaña armoricana, se cuentan a menudo historias acerca de misteriosas marymorgans que son seres mágicos que viven en las aguas marinas. En la Vita Merlini, atribuido a Godofredo de Monmouth, el hada Morgana es la mayor de nueve hermanas que moran es la afortunada Insula Pomorum. A ella fue llevado Arturo herido después de la batalla de Camlan.

     Tal como escribió Geoffroy de Monmouth hacia 1235: «De las nueve hermanas, hay una que sobresale entre todas por su belleza y poder. Morgana es su nombre y enseña para qué sirven las plantas, cómo curar las enfermedades y conoce el arte de cambiar el aspecto de un rostro y el de volar por los aires».

     El que finalmente se haya asociado su nombre a esta clase de espejismos, lo podemos descubrir en un viejo texto escrito por el geógrafo hispanolatino del siglo I, llamado Pomponius Mela, el cual indicó:

 

     «Frente a la costa céltica se alzan algunas islas que reciben en su conjunto el nombre de Casitéridas por ser muy ricas en estaño. La de Sena (o sea, la isla de Sein) situada en el mar británico, frente a la costa de los Osismi, es renombrada por su oráculo galés cuyas sacerdotisas, consagradas por una virginidad perpetua, se dice que son un total de nueve. Llámanse «galicenas» y se les atribuye el extraordinario poder de desencadenar los vientos y las tempestades por medio de sus encantamientos, de metamorfosearse en tal o cual animal a su capricho, de curar los males considerados incurables y, por último, de conocer y predecir el futuro

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