¿Penes que dan pena?

Félix Faure
Félix Faure

El pene no parece una parte de la anatomía que se pueda extraviar con facilidad, pero algunos ejemplares humanos casi han tenido vida propia y otros han sido el causante de una petite mort (que se lo digan a Félix Fauré, el que fuera presidente de la República francesa, en un íntimo salón del Elíseo). Sabemos que el de Tutankamón, por cierto, bien erecto, se extravió. Y no fue durante la manipulación de la momia en 1923 sino en 1968 y anduvo perdido en el limbo hasta el año 2005 que apareció enterrado en la arena en la que el equipo de Howard Carter dispuso los restos del faraón Tut dentro de su ataúd. Esto de jugar al escondite es una manía que tienen ciertos miembros viriles de insignes personajes, como los de Napoleón y Rasputín, con historias y tamaños diferentes.

Sabemos que nada más fallecer Napoleón Bonaparte, el 5 de mayo de 1821, los forenses quisieron llevarse algunos recuerdos orgánicos. Su corazón fue preservado y entregado a su amada María Luisa, quien lo guardó en un pimentero de plata junto a otra víscera menos romántica: un trozo de su estómago que conservó en otro pimentero exactamente igual, que ya son ganas. Una porción de sus intestinos acabó en el Real Colegio de Cirujanos de Francia, aunque fue destruido en un bombardeo en 1940, durante la Segunda Guerra Mundial. Respecto a su pene, de unos cuatro centímetros de longitud (sin comentarios) fue guardado por su confesor, cuyos descendientes intentaron venderlo en 1972 en una subasta organizada por Crhistie´s, en la que nadie pujó. Posteriormente, pasó al catálogo de la firma de venta por correo Flayderman, sin mucho éxito tampoco, hasta que un urólogo estadounidense, John Lattimer, lo compró en 1977 por 3.800 dólares.

Grigori Rasputín
Grigori Rasputín

El pene del monje Rasputín es hablar de otra cosa y otra talla. Cuando el primer museo del erotismo del mundo abrió sus puertas en San Petersburgo, en una clínica de urología cuyo director y propietario de la colección era Igor Kniazkin, lo que primero acaparó la atención del público fue el órgano sexual de Grigori Rasputín, el “monje loco”, curandero y consejero del último zar de Rusia, cuyos excesos sexuales son legendarios. Compró la pieza por 8.000 dólares a un anticuario francés y lo conservó en un frasco relleno de una solución de alcohol. Ante la vitrina a día de hoy puede leerse: «Pene de Rasputín, asesinado en San Petersburgo la noche del 16 al 17 de diciembre de 1916. 28,5 cm». Eso en estado flácido (sin comentarios tampoco).

Y nos vamos a otro personaje de aúpa. En el año 2003, Ivan Zudropov puso a la venta el supuesto pene momificado de Hitler. Según el ruso, su padre Vasily fue uno de los soldados soviéticos que entró en el búnker del dictador alemán, donde encontraron su cadáver semiquemado y lo descuartizaron para repartírselo como recuerdos morbosos. Vasily se conformó con el pene y lo momificó. Su hijo Iván quiso vender la reliquia nazi años después por la suma de 12.000 dólares, sin éxito. Incluso existe una inclasificable película con el sugestivo título de Ellos robaron la picha de Hitler, del director andaluz Pedro Temboury.

Eduardo VII

En otra categoría estarían los miembros de jefes de Estado o reyes que se hicieron famosos por su tamaño considerable, como el del rey Eduardo VII de Inglaterra quien hizo construir una mesa especial para que pudiese tener relaciones sexuales o el del Fernando VII, visto y descrito por el escritor francés Prospero Merimeé de esta manera: “fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar”. Sufría de macrosomía genital. Una afección similar padeció también el rey Carol II de Rumanía, conocido como playboy king. El tamaño de su miembro real era “realmente” tan asombroso que llevó a algunas de sus amantes a someterse a ciertas intervenciones quirúrgicas para “evitar desgarros perineales”.

En otro orden de cosas ¿sabías que testificar viene de testículo? ¿y sabíais que cuando los hombres de la tribu Walibri de Australia central se saludan, se toman del pene en vez de darse la mano?

A falta de Biblia, los antiguos romanos juraban decir la verdad apretándose los testículos con la mano derecha. Tal cual. De esta costumbre procede la palabra testificar. Con este acto, los romanos querían demostrar que lo que afirmaban era verdad, juraban por sus gónadas poniéndolos como garantes del juramento. Según explica Corominas, los testículos son los «testigos de la virilidad». De lo que se infiere que la mujer, al no tener testículos, no podía testificar ni dar testimonio. Los antiguos judíos también lo hacían con la misma finalidad de juramentar. En el Génesis, cap. 24, Abraham dice al más antiguo de los siervos de su casa: “Pon, te ruego, tu mano bajo mi muslo. Yo te hago jurar por Yahvé que…” (Os sugiero que leáis el pasaje).

Kleine Orchis – Orchis Morio

          En fin, nadie diría que la bella orquídea posee un significado etimológico que hizo ruborizarse a las jóvenes inglesas casaderas de la época de la reina Victoria. La palabra orquídea significa en latín «en forma de testículo» (la voz latina orchis quiere decir testículo y el sufijo dea «en forma de»). Y eso es debido a que algunas variedades de orquídeas tienen dos tubérculos redondos y simétricos que se parecen excesivamente a los órganos de reproducción masculinos. El botánico belga De Puydt, al dedicar su libro sobre las orquídeas a la reina María Enriqueta de Bélgica, en 1880, evitó dar explicaciones sobre la etimología del nombre para no ofender sus castos oídos u ojos…

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