El físico teórico Michio Kaku, uno de los científicos más respetados, nos dice que existe una fuerza desconocida que lo gobierna todo y que vivimos en una Matrix: “He llegado a la conclusión de que estamos en un mundo hecho por reglas creadas por una inteligencia, no muy diferente de su juego de ordenador favorito, por supuesto, más complejo e impensable. Créeme, todo lo que llamamos azar hoy no tendrá más sentido. Para mí está claro que estamos en un plano regido por reglas creadas y no determinadas por azares universales”.
¿Una inteligencia más allá de la humana? ¿El universo estaría creado a partir de un diseño elaborado, y nada tendría que ver con la teoría del caos como se pensaba antes? Una cosa es la teoría y otra la práctica. Algunos místicos, al ampliar su nivel de consciencia (cuando alcanzan la “iluminación”), nos han hablado de una inteligencia creadora, un orden cósmico, de la noosfera, del Gran Arquitecto del Universo, de Dios… ¡Ah! el gran problema con los nombres y las definiciones de los conceptos.

Pero no solo los místicos acceden a este nivel profundo de conocimiento. El médico psiquiatra Richard Maurice Bucke lo vivió claro en unos pocos segundos, suficientes para darse cuenta de la realidad en la que vivimos. Ocurrió en un viaje a Londres en 1872. Tenía 35 años. En aquel tiempo ejercía de médico en Canadá y estaba casado con Jessie Gurd con quien llegaría a tener ocho hijos. Nada hacía presagiar esa noche, cuando visitó a unos amigos para leer poemas de Keats, Shelley y, sobre todo, de Walt Whitman, que iba a ocurrir lo que iba a ocurrir. En el coche de caballos que le llevaba de vuelta a su habitación, durante el trayecto algo le pasó que le hizo más sabio y más feliz. Él contó así lo que le sobrevino, utilizando, como no, metáforas:
“De súbito, sin aviso de tipo alguno, me encontré envuelto en una nube del color de las llamas. Por un momento pensé que había fuego, una inmensa fogata en algún lugar cerca de la ciudad; más tarde pensé que el fuego estaba dentro de mí. Inmediatamente me sobrevino un sentimiento de alegría, de felicidad inmensa acompañada o seguida de una iluminación intelectual imposible de describir. Entre otras cosas, no llegué simplemente a creer, sino que vi que el universo no está compuesto de materia muerta, sino que por el contrario constituye una presencia viva; me hice así consciente de la vida eterna. No era la convicción de que alcanzaría la vida eterna, sino la consciencia de que ya la poseía”.
Lo que Richard Bucke sintió es quizás el mayor regalo que podrían recibir tantos buscadores de la verdad que se han preguntado por el misterio de la vida o del universo. Bucke supo, de una manera profunda e irrebatible, el alcance último de la existencia de todo. Y dijo algo más que le llenó de asombro y alegría:
“Vi que todos los seres humanos son inmortales, que el orden cósmico es tal que, sin duda, todas las cosas trabajaban juntas por el bien de todas y cada una de ellas; que el principio básico del mundo, de todos los mundos, es lo que llamamos amor; y que la felicidad de cada uno y de todos es, a largo plazo, absolutamente segura”.
Tardó años en escribir un libro esencial (lo publicó en 1901), titulado Consciencia cósmica: un estudio de la evolución de la mente humana. En él la define como «una forma de consciencia superior a la del hombre común». Y como tal ensayo, recoge más testimonios intentando comprender lo que a él, en aquellos segundos, le trasformó internamente pues dejó de tener miedo a la muerte y una pérdida del sentido del pecado.
William James popularizó el concepto de experiencia religiosa y vio el misticismo como un fenómeno distintivo que proporciona un conocimiento de lo trascendental y es «más fundamental que la teología”. Afirmó que, en estados místicos, ambos nos volvemos uno con el Absoluto y tomamos conciencia de nuestra unidad. En el hinduismo, en el neoplatonismo, en el sufismo o en el misticismo cristiano, encontramos la misma nota recurrente.
Otro estadounidense, Eugene O’Neill, en su obra teatral Largo viaje hacia la noche, incluye una reflexión de su protagonista, Edmund, que habla de sus raptos místicos al fusionarse con el océano:
“Yo estaba tumbado en la cofa mirando hacia proa, mientras el agua se deshacía en espuma bajo mi cuerpo. Los mástiles, arbolados de velas blancas que resplandecían bajo la luz de la luna, se elevaban sobre mí. Me emborraché con su belleza y su melodioso ritmo y, por un instante, me sentí perdido…, se me escapaba la vida. ¡Me encontraba libre! ¡Me disolví en el mar, pasé a formar parte de las blancas velas y de la espuma ondulante, me convertí en luz de luna, en barco, en cielo estrellado! Carecía de pasado y de futuro. Era parte integrante de aquella paz, de aquella unidad… Y, rebosante de salvaje alegría, me sentía más allá de mi propia vida, de la vida en la tierra, ¡me encontraba en la Vida!… Era parte del propio Dios, si quieres”.
Esta obra fue escrita por O’Neill un año antes de su muerte, en 1940 y, según él mismo menciona en la dedicatoria, “escrita con lágrimas y sangre”. A pesar de que dio instrucciones escritas de que sus obras no debían publicarse hasta veinticinco años después de su muerte, en 1956 su tercera esposa, Carlotta, hizo caso omiso, publicó su obra autobiográfica y ganó el Premio Pulitzer.

Pongo un último ejemplo, el de William Butler Yeats (1865-1939), quien expresó su experiencia íntima en un poema cuando una ráfaga de gracia inundó repentinamente al poeta, transformándolo en fuego bendito. Se pregunta «¿Qué es la alegría?», y responde:
Cincuenta años cumplidos y pasados.
Perdido entre el gentío de una tienda,
me senté, solitario, a una mesa,
un libro abierto sobre el mármol falso,
viendo sin ver las idas y venidas del torrente.
De pronto, una descarga cayó sobre mi cuerpo,
gracia rápida,
y por veinte minutos fui una llama:
fui bendito y pude bendecir.
Es el fenómeno del despertar de la conciencia. En japonés existen dos palabras para referirse a ello. Una de ellas es satori, que significa conocer. La otra es kenshö y significa visión de la naturaleza esencial; en la que se capta al ser en cuanto tal, sin percibir otra cosa, ni el mismo yo, como separado de él. La unidad de sujeto y del objeto es total.
Dicen que un maestro Zen alcanzó la iluminación y escribió la siguiente frase lleno de júbilo: «Oh, prodigio maravilloso: ¡Puedo cortar madera y sacar agua del pozo!».
Cuando la conciencia pasa de ser individual a cósmica ya no eres tú : Lo eres todo
Las sensaciones, no se pueden describir con palabras , por que no existen palabras que lo hagan.
¨La paz, lo inunda todo. El sentimiento de felicidad es absoluto. Te sientes arrebatada por la luz , a la vez que formas parte de ella, ves como te rodea¨
Aun así, faltarían las palabras exactas para describirlo. Sientes como eres parte de un todo omnímodo, pero condescendiente, grande y lleno de bondad. Vuelvo a recalcar : faltan las palabras. Entonces, Descubres de donde vienes y lo que eres. Un abrazo