Muchos de nosotros basamos nuestro criterio para leer una obra en que un autor -o la obra misma- haya recibido un premio de renombre, como el Planeta, el Cervantes o el Premio Nobel de Literatura. Craso error. Basar nuestra elección en algo tan aleatorio como el recibir un premio implicaría algo tan descabellado como no leer nunca a escritores de reconocido prestigio que, por unas razones u otras, han quedado excluidos o ausentes. En la lista de los escritores olvidados por el Premio Nobel podríamos incluir a Tolstoi, Chejov, Henrik Ibsen, Mark Twain, Rilke, Henry James, James Joyce, Máximo Gorki, Bertol Brecht, Paul Valéry, Proust, Fran Kafka, Virginia Woolf, H.G. Wells, Vladimir Nabokov, Tolkien, Jorge Luis Borges o Javier Marías. De Graham Greene se corre el rumor de que nunca se lo dieron porque tuvo un lío de faldas con la esposa de uno de los miembros del jurado y eso era jugar con fuego.
En cambio, el que condicione sus gustos literarios por haber recibido tan prestigioso premio, dando por hecho que todos sus ganadores son eximios maestros de las letras, tendría que leer a autores de elección dudosa como Bjorson, Echegaray, Carducci, Eucken, Heidenstam, Spitteler, Reymont, Seferis, Karlfeldt o Sillanpää.
Lo de Eyvind Johnson y Harry Martinson trae cola. Estos dos escritores suecos levantaron sospechas rápidamente cuando ganaron conjuntamente el premio en 1974. Ambos autores habían formado parte del jurado de la Academia Sueca y esta fue acusada, nuevamente, de poco transparente y poco profesional. El mismo año, eran candidatos dos grandísimos escritores, Graham Greene y Vladimir Nabokov, quien nunca fueron reconocidos con el galardón.
Lo de Winston Churchill, que lo recibió en el año 1953, levantó revuelo y protestas de los críticos que alegaban que era más político que escritor, pero los jurados se mantuvieron firmes citando sus reportajes de la India y el Sudán, su épica biografía de Marlborough, los seis volúmenes de su historia sobre la Segunda Guerra Mundial y sus discursos públicos. Además, en ese mismo año, se le dio el título de sir para que no le faltara de nada. Mezclar política con literatura nunca han hecho buen maridaje. Por ejemplo, la decisión de otorgar el premio Nobel de Literatura 2019 al austriaco Peter Handke generó una avalancha de críticas. El novelista había apoyado a los serbios durante la Guerra de Yugoslavia en la década de los 90 y el ministro de exterior albanés, Gent Cakaj, escribió en Twitter que el premio era vergonzante por haber sido otorgado a un «negador del genocidio».

También generó cierta polvareda cuando se lo dieron al cantautor Bob Dylan en 2016. Por poner un solo comentario, el escritor escocés Irvine Welsh, no conforme con la decisión de la Academia, lo manifestó en Twitter: “Soy fan de Dylan, pero este es un desacertado premio nostálgico, arrancado de las rancias próstatas de seniles balbuceantes hippies”
Son numerosas las anécdotas en torno a la concesión de estos premios, algunas grotescas y otras patéticas. Por ejemplo, el Comité Nobel rechazó la candidatura del psicoanalista Sigmund Freud con la reflexión de que «es un insufrible y tiene una mente tan enferma como sus pacientes».
Hubo dos casos que se atrevieron a decir no. El poeta y novelista ruso Boris Pasternaky el filósofo y autor francés Jean Paul Sartre. Cada uno, bajo motivos y contextos muy diferentes. Jean-Paul Sartre rechazó de plano el premio en 1964 y el cheque anexo de 53.000 dólares, que tiene mucho más mérito. Es el único laureado que ha renunciado al premio por propia voluntad. Al declinarlo, manifestó: «No es lo mismo firmar simplemente Jean-Paul Sartre que firmar Jean-Paul Sartre, ganador del Premio Nobel. El escritor debe negarse a que lo transformen en institución, aun cuando esto se hiciera en la forma más honrosa«. En fin, un rebelde con causa. El caso de Pasternak, pese a que inicialmente aceptó el honor, el autor de Doctor Zhivago fue obligado por las autoridades soviéticas a declinar el premio para evitar el exilio.
Desde 1901, los 18 miembros vitalicios de la Academia sueca (una institución creada en el siglo XVIII) se reúnen en el edificio de la Bolsa de Estocolmo, donde tiene su sede, para decidir el ganador del Premio Nobel de cada año en sus diversas nominaciones, auspiciados por el lema «Genio y gusto», algo de lo que han carecido en bastantes ocasiones. El componente suerte para recibir un Premio Nobel es tan poderoso como el ingrediente calidad y el político. El de Literatura, según palabras de Alfred Nobel, debe entregarse cada año «a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección correcta”. Lo cual tiene su gracia como ahora veremos.

El primer premio concedido a un escritor fue en el año 1901 y se le otorgó al francés Sully Prudhomme, autor de “Estancias y poemas”, que no era precisamente la obra más destacada. Se saltaron “a la torera” a Emile Zola por dos razones fundamentales: era «demasiado atrevido» y, además, a Alfred Nobel no le gustaban sus novelas. Al siguiente año se lo dieron al escritor alemán Theodor Mommsen y surgieron algunos cotilleos. Uno de los favoritos para ganarlo era Leon Tolstoi que, al enterarse de su eliminación, dijo que no le importaba nada «porque me ha ahorrado la desagradable necesidad de tener que ocuparme de dinero, generalmente tenido por muy útil y necesario, pero que yo considero como fuente de todos los males». Tolstoi vivió hasta 1910 y fue ignorado durante nueve votaciones consecutivas a pesar de que era el mejor con diferencia. Hoy sabemos el motivo. Uno de los dieciocho jurados —el doctor Carl David Wirsen, poeta y crítico— reveló a sus colegas que «este escritor apoya el anarquismo, sostiene opiniones religiosas excéntricas, y para colmo, dice que los premios en dinero perjudican a los artistas».
En 1909 la sueca Selma Lagerlöf fue elegida en contra de la enérgica oposición de Wirsen. Otra vez él. Éste tachó su obra de «artificial» y de «falta de realidad» y la calificó de una de «las modas de la época». El ex primer ministro de Suecia Hjalmar Hammarskjöld, uno de los jurados, comentó acerca de la señorita Lagerlöf: «Escribe como una imbécil, pero vota con inteligencia». Eso lo dijo cuando ella, con los años, pasó a ser miembro de la Academia.
Por novena vez, el máximo dramaturgo de Suecia, August Strindberg, pasó sin ser siquiera citado. El jurado tenía sus razones: consideraba que bebía mucho, que se había divorciado tres veces y encima creía en la magia negra. Y eso ya era demasiado…

En 1920 lo gana el noruego Knut Hamsun que había sido bracero en Dakota, ferroviario en Chicago, pescador en Newfoundland y al final estaba en plena miseria cuando ganó el premio. Inclinándose ante el rey Gustavo al recibir el premio, exclamó de pronto: «No necesito este dinero. ¡Tengo otro tanto y más en casa!» Para chulo él y lo demostró en otras ocasiones. La noche de la ceremonia, Hamsun cogió una buena cogorza y empezó a hacer cosas extravagantes. Por ejemplo, tiró de las patillas a uno de los jurados del Nobel y luego se acercó furtivamente a la dignísima Selma Lagerlöf para propinarla unos golpecitos con los nudillos sobre su corsé, mientras exclamaba: «Lo sabía, suena igual que una campana». Totalmente irresponsable de sus actos, trató de compartir el dinero del Nobel con dos amigos suyos suecos que habían actuado como jurados. Al negarse ellos, quiso entregar dinero y diploma a un camarero del hotel, quien también rechazó su ofrecimiento, por lo que Hamsun se indignó «y abandonó las dos cosas en el ascensor, donde fueron encontradas a la mañana siguiente».
La fama de Hamsun ya venía de antes. En 1890 había publicado su novela Hambre y de él se cuenta la anécdota de que un día llegó al Gran Café, de Oslo, y pidió un vaso de leche. Como no la obtuvo fresca, preguntó si alguno sabía dónde vendían una vaca. La mandó a buscar, la compró al instante, obtuvo así su vaso de leche fresca y después se fue del café, dejando a la vaca ante un público asombrado. No es de extrañar que se arruinara.

En 1959 se filtró por distintos medios la noticia de que el ganador iba a ser un escritor y poeta italiano: Alberto Moravia. Ni corto ni perezoso, él se lo creyó y lo celebró con una fiesta rodeado de amigos y parientes. Cuando se enteró de que el agraciado era el poeta siciliano Salvatore Quasimodo, la cara que puso debió ser la de un auténtico «poema». Se trataba de un desconocido y no estaba citado en un sólo diccionario inglés ni norteamericano de biografías de escritores. Causó un cierto revuelo que Quasimodo, para la ceremonia, se inscribiese en el Gran Hotel, de Estocolmo, con una mujer que no era la suya.
Por cierto, Alfred Nobel, un sueco soltero, tímido y desgraciado, introdujo el uso de la nitroglicerina como explosivo y descubrió la dinamita, hecho que lo convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo. Para aligerar su conciencia y también porque no quería legar millones como herencia a la familia, puesto que «las riquezas heredadas son una desgracia que no sirve más que para embotar las facultades del hombre» -dixit Nobel- decidió dejar su fortuna (unos nueve millones de dólares) como premio a «aquellas personas que contribuyan concretamente al beneficio de la humanidad en el curso del año precedente».
Pensando en dicho premio, Alfred Nobel se reunió con cuatro testigos, el 27 de noviembre de 1895, y en una hoja de papel redactó un breve testamento casero en el que establecía las cláusulas de los cinco Premios Nobel: Química, Física (no se debe olvidar que Nobel fue un afamado químico), Literatura, Paz (por su idealismo y amistad con la pacifista Bertha von Suttner y Fisiología y Medicina. Más tarde, a partir de 1969, el Banco Central de Suecia dotó el sexto Premio Nobel, el de Economía, en honor de A. Nobel.
Una leyenda urbana afirma que antes preguntó a sus consejeros que, si hubiese un Premio Nobel en Matemáticas ¿quién lo ganaría? Le dijeron que con toda seguridad Gosta Mittag-Leffler, un famoso matemático sueco muy conocido y a la par odiado por Alfred porque su mujer le era infiel con él. La consecuencia fue que no hubo Premio Nobel de Matemáticas. La anécdota, aunque muy difundida, es falsa pues Nobel fue un pertinaz e inveterado soltero y entre ambos apenas mantuvieron relación.