El yoga ibérico

El Yoga Ibérico - La siesta

«La siesta es la mejor contribución española a la humanidad».

Michel Biliard

Estas solemnes y rotundas palabras las ha manifestado Michel Biliard, presidente de la Sociedad Europea de Investigación sobre el Sueño. No es el único que opina de igual manera. Muchos creen que, junto con el chupa chups, la fregona o el futbolín, la siesta es nuestra aportación cultural y terapéutica al mundo.

En bastantes estudios médicos se ha determinado que contribuye a la descarga de ansiedad, evita la saturación mental y potencia la memoria. Otras investigaciones confirman que el sesteo es una costumbre ibérica tan saludable que no solo combate el estrés, sino que reduce el riesgo de infarto, aumenta el rendimiento y hasta nos proporciona buen humor. Y encima sale de lo más barato. La siesta es el arma secreta de los españoles. No es vagancia sino necesidad. Y el arma nos la han copiado porque elimina la fatiga física y mental, hasta el punto que algunos avispados hoteleros se han planteado el lanzar «habitaciones para la siesta», como ocurre en Suiza o en Japón. Está demostrado que, a primera hora de la tarde, se haya comido o no, el organismo entra en una fase de sopor. Incluso en China el derecho al ‘xiu-xi’ (siesta) está protegido por la Constitución.

En efecto, los especialistas estiman conveniente que las empresas se preocupen más por el sueño de sus empleados, no sólo por motivos de seguridad, sino también de eficacia. Según un estudio del Laboratorio de Antropología Aplicada de La Sorbona, publicado en el año 2003, una cabezadita de 20 minutos reduce el riesgo de accidentes laborales y aumenta en un 34% el rendimiento del trabajador. Todo ventajas.

San Benito de Nursia

A ver, este vocablo no se origina en España. Tiene su origen etimológico en la ‘hora sexta’, expresión que utilizaban los romanos para referirse al tiempo de descanso después de cinco horas de intenso trabajo. Luego san Benito de Nursia, que instauró su famosa Regla monacal en el siglo VI, realizó un organigrama en el que repartía cada actividad a una hora determinada para que el “ora et labora” tuviera su ritmo. Y ya os podéis imaginar que la hora sexta correspondía al descanso, a la merecida siesta.

Y no hay nada como que la practiquen personas ilustres para que adquiera un marchamo de seriedad. Albert Einstein decía que «las siestas son recomendables para refrescar la mente y ser más creativo». Él la practicaba a diario, al igual que Johannes Brahms (me le imagino durmiendo sobre la tapa del piano tras componer su “Canción de cuna”), Napoleón Bonaparte (hablaba de las horas necesarias de sueño: «Seis para un hombre, siete para una mujer, ocho para un tonto») o Winston Churchill (un hábito que adquirió en Cuba, al igual que fumar puros habanos). Según su biógrafo, el británico Andrew Roberts, Churchill se echaba la siesta todos los días, pero poniéndose un pijama de seda y con parches en los ojos.

Camilo José Cela

Otros adictos y forofos fueron Thomas Edison que confesaba: “Soy capaz de dormir como un insecto en un barril de morfina a plena luz del día”. Camilo José Cela manifestó más de una vez una que: «Yo soy de los que duerme la wsiesta con pijama, Padrenuestro y orinal». Una frase que se hizo famosa y resume perfectamente ese espíritu de la hora sagrada de la siestecilla después de un buen almuerzo. Bautizó esta práctica como “yoga ibérico”.

Algunos entendidos en estas materias oníricas dicen que existen hasta 8 tipos de siesta. Yo creo que solo hay dos: la corta y la larga. Y una de las mejores es la que se practica antes de comer, aquel que quiera y pueda hacerlo, claro. Es la “siesta del burro”. Otros la llaman del carnero, da igual. La otra siesta, la clásica, es la del sacristán, la de después de una suculenta comida. ¿Por qué del sacristán? La verdad es que no lo sé, salvo que existe un viejo y sarcástico refrán que afirma: “Si quieres matar a un fraile, quítale la siesta y dale de comer tarde”. Por cierto, también existe la “siesta del canónigo” que se ejecuta después de desayunar. Que lo sepan…

Pero a pesar de todo, según las encuestas, se viene abajo el mito de que en España se duerme más que en otros países. Los más dormilones son los búlgaros y los franceses, que duermen cerca de 9 horas al día. El tercer puesto en el ranking es para los habitantes de Letonia (8,6 horas), seguidos de los holandeses y los estonios. Los españoles ocupan el séptimo puesto, planchando la oreja unas 8,4 horas diarias por término medio, entre el tiempo de descanso nocturno y la hora de la siestecilla. En Andalucía y Asturias es donde más sestean y en Madrid, donde la costumbre está menos arraigada.

Salvador Dalí

¿Y cuánto debe durar la siesta? Según a quien preguntes te dirá que dos horas o dos minutos, dependiendo de su trabajo y de su facilidad para arrojarse en brazos de Morfeo. Lo ideal, dicen los expertos, es que no pase de 40 minutos y para los más disciplinados siempre tendrán la famosa “siesta de la llave” que dura lo que tarde en caerse una llave de hierro antigua, de las de antes, sujetada entre los dedos índice y pulgar. Una duración infinitesimal que, aunque parezca increíble, cumple su función reparadora. Es la que hacía Salvador Dalí quien sujetaba entre los dedos una moneda y sesteaba hasta que ésta se caía al suelo, momento en el que se despertaba, presto y dispuesto para pintar otro cuadro.

En resumen, algo tendrá el agua cuando la bendicen y también nuestro yoga ibérico cuando lo copian en medio mundo, porque ya saben: “comida sin siesta, campana sin badajo”.

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