Acabo de leer uno de esos libros que te dejan pensativo un buen rato. Escrito por el traductor y humorista húngaro Frigyes (Federico en castellano) Karinthy. Tenía ganas de leerlo hace tiempo, desde que supe que este hombre fue el que creó “la teoría de los seis grados de separación” en la que intenta probar que toda persona en este planeta está separada por otras seis. Dicho de otro modo, que cualquiera puede estar conectado a cualquier otro ser humano a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Además, le dio por escribir la continuación de las obras de su admirado Jonathan Swift, la quinta y sexta parte de los Viajes de Gulliver, en un alarde de imaginación, fantasía y originalidad. Y no por casualidad estos dos autores sufrieron un mismo final: problemas con su masa gris, con su cerebro. ¿Será contagioso escribir sobre Gulliver?

Karinthy publicó Viaje a Faremido donde conduce a Gulliver a un país habitado por máquinas perfectas, llamadas solares, que viven una vida casi eterna y hablan por medio de sonidos musicales, de aquí el nombre de su país FA RE MI DO. El “Sexto viaje de Gulliver” fue publicado en 1925, con el título de Capillaria, en el que el héroe naufraga y desciende al fondo del Atlántico y allí encuentra un país habitado por mujeres muy bellas que viven en un nuevo matriarcado sin amor y se alimentan de los cerebros de los varones pigmeos que son sus parásitos. Y al cerebro (al suyo) se debió su fama y su inmortalidad y eso que ya había escrito y estrenado más de 130 obras teatrales y miles de artículos para un periódico de Budapest.
Le detectaron un tumor cerebral y se sometió a una cirugía craneal extrema en un hospital de Estocolmo llevada a cabo por Herbert Olivecrona el 4 de mayo de 1936. Y Karinthy tuvo el valor de realizar la disección literaria de todo el proceso de su enfermedad, incluida la operación estando él consciente durante casi todo el proceso. Lo dejó todo escrito en Viaje alrededor de mi cráneo (publicado a principios de 1937), la novela por la que ha sido y será más recordado y en la que expone sus reacciones ante la enfermedad.

Cuenta los primeros síntomas, sus delirios acústicos y visuales en el Café Central de Budapest, sus vértigos, vómitos, sus cambios de ánimo y sus disquisiciones filosóficas, así como las preocupaciones de sus amigos y de su segunda esposa, la psiquiatra Aranka. Menciona sus numerosos análisis médicos, diagnósticos erróneos (le dijeron que todo lo que le sucedía era fruto de “una intoxicación de nicotina”) y su partida para Suecia. Comenta la admiración por la clínica del doctor Olivecrona y todo lo hace con erudición, sarcasmo y sentido del humor. En las primeras páginas nos engancha recordando su periplo personal, con sus reflexiones más íntimas, como si estuviéramos dentro de su cerebro compartiendo sus angustias y revelaciones. Una de las frases que he subrayado dice: «Me tortura la tenaz sospecha de que todo comenzó al pronunciar aquellas palabras (tumor cerebral): la criatura nació cuando la nombré. Las cosas existen porque les damos nombre; con eso las reconocemos como posibles. Y todo cuanto nos parece posible se realiza: la realidad es una creación de la imaginación humana».
Punto culminante de su obra es cuando describe sus sensaciones y sentimientos, mientras le están trepanando el hueso del cráneo en el Pabellón 13, extirpándole el tumor que está debajo del cerebelo. Describe el ruido del trépano, cómo cortan, succionan y cómo le molestan los cuchicheos en el quirófano, y todo con plena consciencia, sin dolor ninguno: «Me esfuerzo por decir algo, pero estoy demasiado cansado. De pronto parece como si oyera, bajísima y sollozante, mi propia voz. ¿O es una alucinación? Debo prestar toda mi atención para saber por qué estoy sollozando, por lo menos, yo debería comprenderlo, aunque los demás no comprendan. No puede consolarme el hecho de que el dolor brille por su ausencia. Al contrario, me parece más aterrador».
No ignora la gravedad y que su vida pende de un hilo: «Me aburre la enfermedad; me aburre la muerte; no tiene nada de terrible ni de conmovedor ni de sublime o aterrador: no es más que aburrimiento, un aburrimiento que me sigue a cada paso como un infecto perro cobarde y gruñidor». Lo que hace singular el Viaje alrededor de mi cráneo es que su caso clínico lo convierte en una novela de suspense, todo un dramón en manos de otro escritor que él lo transforma en una tragicomedia. Dice que sus compatriotas ya no le llamarán el humorista sino el tumorista.
Karinthy le escribe a su hijo Cini: «Si por un motivo ajeno a mi voluntad no pudiera regresar… te recomiendo… ejem, ¿qué quieres que te recomiende? Déjate crecer la barba cuando seas mayor, eso te conferirá sin duda más seriedad de la que he tenido yo».
Sabemos que no murió en la operación pues lo estamos leyendo en primera persona. Lo que sí sabemos es algo que Karinthy desconocía en ese momento y es que la prolongación extra de su vida apenas duró dos años más. Murió en Siófok, un 29 de agosto de 1938, de un ictus o un aneurisma cuando se intentaba atarse los cordones de sus zapatos, según nos dice Juan Forn, precisamente en el prólogo de esta novela editada por Tusquets.

Y termino con una frase que dijo en su día el célebre neurólogo británico Oliver Sacks (autor de un curioso libro del que hablaré en algún momento: La isla de los ciegos al color) para darnos cuenta que ha sido una obra realmente inspiradora: “Decidí ser neurólogo por un libro que leí a los quince años. Ese libro fue después mi modelo, cuando yo mismo me puse a escribir. Se llama Viaje alrededor de mi cráneo y lo considero una obra maestra, el mejor retrato autobiográfico que he leído en mi vida sobre un viaje al interior del cerebro”.
Por cierto, otro poeta y políglota, me refiero a Apollinaire, sí, el creador de los caligramas, también fue operado del cerebro tras recibir un impacto de metralla en la sien en una de las batallas de la Primera Guerra Mundial. Y también sobrevivió a la trepanación. Lo que no podía sospechar es que la fulminante y mal llamada “gripe española” le arrancaría la vida unos meses después, el 9 de noviembre de 1918:

Vio la guerra en la infantería y la artillería
herido en la cabeza trepanada bajo el cloroformo,
perdió sus mejores amigos en la espantosa lucha.
Sé de lo antiguo y de lo nuevo
lo que un hombre solitario puede saber de esas cosas.