Brindamos muchas veces en un año y se puede decir que aún no sabemos brindar en condiciones o, en el mejor de los casos, que lo hacemos como un acto reflejo sin ser conscientes ni consecuentes con lo que hacemos. Porque el brindis es algo más que un simple acto protocolario para soltar un rollo o desear buena suerte o salud a nuestros acompañantes. El brindis tiene mucho que ver con un rito sagrado.
En alguna parte he leído que el origen del brindis procede de la Edad Media donde eran tan frecuentes los envenenamientos en los castillos que se popularizó la costumbre de chocar las copas al brindar para que las gotas del veneno en la copa de alguien, si es que lo tenía, salpicara en la del otro. Una bobada como otra cualquiera.
Es más certero decir que el origen procede de las costumbres griegas y romanas de brindar por los dioses y por los muertos durante los banquetes y bacanales que se montaban cada dos por tres. Con independencia del origen histórico, hay una curiosa interpretación simbólica a tener en cuenta y es que el vino -o cualquier otra bebida espirituosa- excita cuatro de nuestros sentidos: la vista, el olfato, el gusto y el tacto. ¿Y el oído? Pues por eso hay que chocar las copas… para que el oído participe a su modo del gozo de la buena bebida.
En un brindis hay tres partes diferenciadas: la parrafada verbal, el acuerdo y el trago simbólico. Pongamos un ejemplo. Un comensal (sea una boda o un cumpleaños) se alza de su silla y levanta su copa al aire mientras pronuncia unas palabras: «Brindo por todos los amigos que conocemos y bebamos a la salud de todos los que se lo merecen ¡Salud!” (equivalente al «¡Salve!» de los romanos). Luego el resto de los comensales alzan su copa y ratifican ese acuerdo gritando “¡Salud!”, a veces con risitas y murmullos, e inmediatamente todos proceden a la libación del líquido que contenga su copa, con un pequeño sorbo o un gran trago, a veces con algún que otro tosido y atraganto.
Casi nadie es consciente de esos tres pasos rituales, aunque ejecutan y personalizan un rito mágico en el que a veces se cometen irregularidades. Por ejemplo, se debe mirar siempre a los ojos de las otras personas con las que brindas, por respeto. Y se deben evitar expresiones tan manidas como esa de: “¡Arriba, abajo, al centro y adentro!” y mucho menos la de “¡Chin Chin!” Esta expresión (que se dice mucho en España e Italia) no procede de ningún idioma, sino que es la onomatopeya creada por el choque de un cristal contra otro. Por otra parte, en japonés decir chinchin es como decir “pene”, así que allá vosotros. Si lo queremos hacer en otros idiomas para fardar un poco de cultura general, las palabras más usuales son: Salute (italiano), Prosit (alemán), Salut (catalán), Ganbei (chino mandarín), Santé (francés), Cheers (inglés), Kampai (japonés), Salutem (latín) o con el brindis vikingo Sköl que además se convirtió en una marca cervecera.
A la hora de brindar, recordad que lo más importante no es que las copas tengan cava, vino, whisky, sidra, calimocho o agua, lo importante es el sonido agudo que hacen los vasos o las copas al chocar entre sí, ya que ese sonido de alta vibración ahuyenta cualquier entidad de baja vibración que esté pululando en el ambiente. Es una de las consecuencias del ritual mágico.
Luego hay que saber dónde y cómo brindar. Si vas a Brasil nunca lo hagas con una bebida que no sea alcohólica. Y si visitas Hungría hay que saber que allí está muy mal visto brindar con cerveza (tiene un trasfondo histórico ya que los magiares perdieron una guerra contra el Imperio austríaco en el XIX y éstos celebraron la victoria con cerveza). Lo mejor sería brindar con el delicioso vino blanco Tokaji que al zar ruso Pedro el Grande le volvía loco, tanto que mandó a un ejército de cosacos para proteger las bodegas y la ruta entre Hungría y San Petersburgo para que no sufrieran percances sus botellas.
Hay ciertas cosas que a la hora de hacer un brindis deberíamos desterrar por simples supersticiones inventadas, sin fundamento alguno. Una es esa de que, si uno está tomando una bebida alcohólica, nunca debe brindar con alguien cuya copa tenga agua porque corre el riesgo de que sus deseos se inviertan. O la tontería esa de que, si durante el brindis se rompe un vaso, es anuncio de muerte. O que si no miras a los ojos a tu acompañante mientras brindas estarás no sé cuántos años sin orgasmos… Qué cosas.

Algunos brindis son secretos y otros multitudinarios como el ocurrido el 29 de junio de 2012 con un total de 2.657 personas que se reunieron en la Plaza de San Marcos de Venecia con el objetivo de establecer un récord Guinness al mayor brindis del mundo. Otros son festivos, originales, colectivos y aclamados, como el que suele hacer la tuna:
– El que bebe
– SE EMBORRACHA
– El que se emborracha
– DUERME
– El que duerme
– SUEÑA
– El que sueña
– NO PECA
– El que no peca
– VA AL CIELO
– Y puesto que al cielo vamos
– BEBAMOS, BEBAMOS, BEBAMOS…

Incluso hubo un brindis que le costó la vida al que lo dijo. Fue en 1808 y el desdichado fue el torero sevillano Agustín Aroca que hizo el siguiente brindis al palco de autoridades: “Zeñó Corregior, brindo por uzía, por toda la gente de Madrí y porque no quede vivo ni un francés”. Días después, en una revuelta, fue hecho prisionero y le fusilaron las tropas francesas en Huecas (Toledo).
Como brindis desafortunado el que pronunció en 1932 el entonces alcalde de Nueva York, James John Walker, al cumplirse el segundo centenario del nacimiento de George Washington: “En memoria del hombre que supo ser el primero en la guerra, el primero en la paz y el primero en el corazón de sus conciudadanos… Lo que no comprendo es cómo, gustándole tanto ser el primero en todo, se casó con una viuda”.
En resumen, los brindis hay que hacerlos bien, con conocimiento de causa, como todo en la vida, y para eso hay que seguir un simple ritual en el que no se debe olvidar mirar a los ojos, saber que el sonido del brindis crea un espacio de armonía y protección y que las palabras elegidas ratifican un acuerdo sagrado de buenos deseos para nosotros y los que nos acompañan.
